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Nacido en Talavera de la Reina, Antonio Portela lleva tres décadas conviviendo con el trabajo del barro. Primero como aprendiz, luego como maestro y siempre como ceramista vocacional.

Su primer empleo, no obstante, con sólo 16 años, fue el de pastelero. Compaginó ese trabajo con siete años de estudios en la Escuela de Arte de Talavera.

El manejo flexible de la pasta cerámica; la delicadeza y finura con que la trabaja, nos remiten a esos dulces orígenes. Podemos decir con propiedad, que lleva más de treinta años «con las manos en la masa».

La etapa educativa para especializarse en este oficio fue larga, pero muy completa, lo cuál le ha permitido abordar esta profesión con anchura de miras. La investigación personal y el dominio técnico adquirido tras muchos ensayos (y sus correspondientes errores), dan de sí una obra variada y abundante.

Antonio Portela demuestra una gran capacidad para reinventarse continuamente, algo que es propio de los ceramistas contemporáneos.

No hace dos obras iguales, aunque sí se advierte la búsqueda de un estilo. Y eso es lo más importante: encontrar una forma de expresarse con el barro, con su decoración, que haga reconocible sus trabajos. Que sepamos que estamos ante un «Portela», sin necesidad de mirar la firma.

Actualmente se prodiga en una técnica singular: la transferencia fotográfica. Para ello revuelve entre sus viejos recortes de revistas, hojea libros, busca imágenes que le impactan por alguna razón.

Al someterlas al proceso cerámico, esas imágenes se renuevan. Con frecuencia pasan del papel impreso original, plano, a un soporte curvo: cilindros y «almohadillas» de formas redondeadas acogen un repertorio variado, compuesto por figuras femeninas de un elegante erotismo; imágenes de animales; rostros conocidos…con una estética pop que se ve matizada por las sinuosas tramas superpuestas a dichas imágenes, a modo de filtro psicodélico.

Su personal selección de fotografías revelan a un Portela lúdico, juguetón, provocador a veces, que no aburre, sino que atrae la mirada, la curiosidad del espectador que se arrima a la obra para no perder detalle.

La porcelana blanca suele ser el material elegido para estas transferencias. Amasada con las manos, aplastada luego con el rodillo hasta alcanzar la finura adecuada y modelada finalmente para construir unos tubos pretendidamente deformes…o unas «almohadillas», que con sus formas hinchadas y sus dobleces, dan un toque equívoco, de blandura, a un material tan duro como es la porcelana.

Otra parte importante de su actividad cerámica reside en las cristalizaciones. En este caso las obras casi siempre son vasijas, bandejas…torneadas por él mismo, demostrando así su riguroso dominio del torno alfarero. Los soportes son ahora muy cuidados, refinados, simétricos, controlados por su mano. Sobre ellos, las cristalizaciones explotan libremente, de forma espontánea, en un bello contraste que potencia formas y decoraciones.

Algo que aúna las diferentes técnicas de Antonio Portela es el pequeño o mediano tamaño. Su cerámica no es grandilocuente. Es sutil, delicada, ligera, fresca.

La riqueza de sus colores también es asombrosa. Investiga hasta obtener la paleta que quiere o que precisa. Los engobes mates y los brillantes esmaltes conviven armoniosamente en su obra.

Desde los 24 años, Antonio Portela es, además, profesor titular en la Escuela de Arte de Toledo. Sobre sus hombros recae mantener viva una especialidad que está en peligro de extinción desde hace décadas. Las tardes las dedica a la docencia. Las mañanas y alguna noche, a su trabajo personal.

El binomio artista-profesor es raro de encontrar en estos tiempos, pero él reúne ambas cualidades.

Su taller personal está ubicado en pleno casco histórico de Toledo, en un tranquilo y viejo inmueble que alberga una profunda cueva, donde almacena arcillas y pigmentos a una temperatura estable. La antigüedad del barrio, y del propio edificio, contrastan con su producción artística, plena de modernidad.

Su obra es de una personalidad incontestable. Trasciende estética y formalmente la tradición cerámica de su ciudad natal, Talavera, para innovar libremente y alcanzar resultados únicos.

Portela es un ceramista valorado también más allá de nuestras fronteras. Lisboa, ciudad de impresionante tradición cerámica, ha tenido ocasión de verlo trabajar, en un lugar tan privilegiado como es el Museo del Azulejo.

Es por ello un orgullo ver que Antonio Portela (Toni para los amigos) vuelve a casa, a su ciudad natal y a la Escuela donde adquirió el bello oficio que tan bien ejerce; donde maduró como persona y dónde aún puede reencontrarse con algunos de sus viejos profesores, mostrándoles de paso el fruto de su ya larga experiencia en la cerámica.

 

Caridad Pleguezuelo